de Obras Completas de José Antonio Primo de Rivera
Esta edición digital de las Obras Completas de José Antonio Primo de Rivera reúne todos los textos de José Antonio recopilados por Agustín del Río Cisneros para la edición publicado por el Instituto de Estudios Políticos en 1976.
Ha fenecido el segundo bienio es un artículo de José Antonio publicado en Arriba, núm. 27, 9 de enero de 1936.
Este artículo esta incluido en Tomo IV de las Obras Completas de José Antonio Primo de Rivera que lleva el subtitulo Hacia el Final comprende el periodo desde el nacimiento del semanario “Arriba” el 21 de marzo del 1935 hasta su muerte el 20 de noviembre de 1936.
HA FENECIDO EL SEGUNDO BIENIO
RECAPITULACIÓN
Como ejemplo de instituciones gloriosas y fecundas no es probable que tomen los siglos venideros a estas Cortes españolas que acaban de pasar a mejor vida. Pero la gradual revelación de su esterilidad sólo pudo proporcionar sorpresas a quienes no tienen ojos en la cara ni se han tomado el trabajo de informarse acerca de las características de los híbridos. Las Cortes nacieron híbridas en su totalidad y en sus más considerables componentes. Así, la famosa mayoría de derechas se produjo (aparte de alguna cana al aire de la C.E.D.A. con el partido radical en tal o cual provincia) como resultado del enlace de estas dos fuerzas heterogéneas: las derechas adictas al régimen (C.E.D.A., agrarios y melquiadistas) y las derechas monárquicas. ¿Cómo era posible que el vástago de tal enlace tuviera actitud para la reproducción? Los monárquicos, naturalmente, no podían participar en el Gobierno; los adictos, sin aquéllos, no tenían fuerzas suficientes para gobernar. Por consecuencia, la unión monárquicocedista daba un fruto estéril. Los cedistas, entonces, hubieron de buscar enlace por otro sitio y lo hallaron con el partido radical. Aquí ya la esterilidad no era tan patente como en el otro caso, pero era igualmente inevitable en lo íntimo y profundo. Sencillamente por esto: porque los radicales y los cedistas no podían entenderse sino en el no hacer, en el dormitar y ganar tiempo. Los radicales, viejos tragacuras, y los cedistas, instrumentos sumisos del Vaticano, ¿en qué podían coincidir? Su coincidencia hubo de montarse sobre la renuncia de cada cual a ser quien era. Como toda alianza entre elementos esencialmente incompatibles, se concertó sobre lo más inexpresivo y soso. En estos tiempos en que el Estado español sólo puede sostenerse y justificarse por un gran quehacer, radicales y cedistas convinieron en no hacer nada, como esos matrimonios que acuerdan no hablarse para evitar cuestiones espinosas y detrimentos de la vajilla.
Esta inacción sólo fue interrumpida, ya en la segunda mitad del bienio, por ciertas sustanciosas actividades, a las que figuras conspicuas del partido radical se entregaron con edificante ardor. La C.E.D.A., limpia de participación en aquellas manipulaciones, no tuvo valor para denunciarlas. Creyó “mal menor” hacerse la distraída ante ellas, con objeto de evitar la disolución de las Cortes. Pero no hay mal mayor que la pérdida del sentido moral. Y así las Cortes, que para evitar males mayores absolvieron de culpa a don Alejandro Lerroux, se condenaron a sí mismas al absolverle. La última sesión del difunto Parlamento fue aquella en que se decidió por bolas blancas y negras acerca de la honorabilidad del señor Lerroux. Una voz familiar dijo en la memorable madrugada de esa noche: “Sobre la honorabilidad del señor Lerroux la opinión pública ha pronunciado ya sentencia: lo que van a votar ahora las Cortes es su propio honor”. Votaron y votaron en contra. Los candorosos partidarios del mal menor creyeron que con eso se evitaba la crisis y se prorrogaba la vida del Parlamento. Pero el Parlamento se había suicidado. Así, en una madrugada fatigosa, cuando ya comenzaba a clarear sobre la mampara del salón de sesiones el amanecer nublado del postrer domingo, las Cortes del segundo bienio se fueron al diablo.
¿PROPÓSITO DE LA ENMIENDA?
Ahora veremos si la lección de estos dos años áridos es o no aprovechada. Queda poco más de un mes para las elecciones. En tan escaso tiempo se han de arreglar las candidaturas y mover la propaganda ¿Habrá quien recomiende el volver a empezar por el principio de antes? Ya, sin embargo, lo preconizan muchos: varios periódicos de los llamados de orden convocan a bombo y platillos a la “unión de las derechas”, exactamente como en 1933. Los monárquicos son los más interesados en que la “unión de derechas” se rehaga, porque saben que si no se rehacen, el cuerpo electoral conservador se irá tras el señor Gil Robles, que le ofrece un programa más cercano y más tranquilo. ¿Sabrá el señor Gil Robles resistirse a las zalemas de los unionistas y evitar al mismo tiempo el caer en alianza con elementos averiados? Aquí está el toque, en primer término. Y en segundo término, en evitar que la alineación de quienes se coaliguen contra el marxismo y el separatismo se haga bajo un signo “derechista” en vez de hacerse bajo un signo “nacional”. El ser “derechista” como el ser “izquierdista”, supone siempre expulsar del alma la mitad de lo que hay que sentir.
En algunos casos es expulsarlo todo y sustituirlo por una caricatura de la mitad. Esto pasa, quizá, preferentemente entre las derechas: un gran aparato patriótico y religioso, demasiado enfático para ser de la mejor calidad, envuelve una falta espeluznante de interés por las miserias de los desheredados. Las derechas que se suponen más “avanzadas” llegan a recomendar ciertas ampliaciones jurídicosociales, como la que da a los obreros una homeopática participación en los beneficios o la que les asegura, a la vejez, un pingüe retiro de una peseta y media al día. Pero no hay partido de derechas que acepte el acometer con decisión heroica el descuaje del sistema capitalista y su sustitución por otro más justo. Y como en ello estriba la tarea de nuestra época (ya que la sustitución del sistema capitalista implica toda una revolución moral), y como sin esto la conciencia de una nación como comunidad completa de vida no puede afirmarse, es claro que un frente calificado por ser “de derechas” no puede ser, aunque lo ponga en todos los carteles electorales, un frente “nacional”.
(Arriba, núm. 27, 9 de enero de 1936)